jueves, 6 de marzo de 2014

el hombre que decía cosas que nadie quería escuchar

   siempre había sentido una punzada en el corazón cuando sus palabras volvían a sus oidos tras rebotar en el eco que provocaba el silencio de su interlocutor, esa sensación de no estar siendo escuchado. un día sin decidirlo conscientemente empezó a reducir el número de frases que decía por semana. pasó a seleccionar las que creía que eran sus mejores frases y se las guardaba para, en lugar de decirlas en voz alta, escribirlas en una libreta. conforme iban pasando las semanas el número de frases que decía se iba reduciendo y el número de frases que escribía iba aumentando hasta que un día dejó de hablar.
   pasó aún algún tiempo hasta que alguien se dio cuenta que había dejado de hablar y cuando le  preguntaron el motivo él solo pudo enseñar sus cientos de libretas llenas de frases y más frases. aquella persona se cansó pronto de leer. y así fue pasando su libreta por las manos de todos aquellos que en algún momento de sus ajetreadas vidas se habían parado un segundo y por casualidad se habían dado cuenta de que ya no hablaba, pero nadie pasó de la vigésimo cuarta página.
   poco a poco y sin decidirlo conscientemente dejó de escribir las frases que antes decía y que despuñes escribió y ya sólo las pensaba. se fue quedando para él las que pensaban que eran sus mejores frases y ya nunca las decía ni tampoco las escribía. conforme pasaban las semanas cada vez escribía menos frases y se guardaba más frases para sí mismo.
   de repente un día, en un parque cualquiera de la que era su ciudad notó un leve picor en su cabeza. no era un picor como los que conocía, no era como cuando le picaba la pierna o una pesada mosca caminaba por su brazo. ese picor era otra cosa. al ir a rascarse una bandada de miles de pájaros estallaron de su cabeza. a él le pareció precioso, pero nadie más estaba mirando, nadie más estaba escuchando, nadie más estaba leyendo.

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