sábado, 17 de diciembre de 2011

resaca

   él la recogia entre sus brazos, y ella nunca se había sentido tan amada. su cuerpo fornido y moreno la excitaba, cuando la besaba se olvida de todo. él la hacía sentirse una mujer.
   no podía aguantar más, cerró el libro y fue corriendo a vomitar, definitivamente el banquete de celebración de la noche anterior había sido excesivo y le estaba impidiendo disfrutar de su momento de lectura diaria. se había aficionado a las novelas románticas y había decidido comprarse una de esos coleccionables típicos del otoño. sergio le había dicho que estaba loco, y probablemente tenía razón. ¿te encuentras bien? lo oyó preguntar desde el otro lado de la puerta del baño. sí, no te preocupes, algo me habrá sentado mal.
   llevaban compartiendo piso desde que estudiaban ingeniería electrónica en la complutense, y se habían visto madurar, se habían apoyado en los momentos dificiles, especialmente cuando sergio volvía borracho tras una de sus dramáticas y traumáticas rupturas, lo que ocurría con extraña frecuencia, tanto que se consideraba un experto, había elaborado un ritual y conseguía calcular con bastante precisión la siguiente. o cuando él dejaba su último trabajo amargado porque no era lo que realmente quería y sergio le animaba alabando su trabajo amateur.
   la vida y los sueños universitarios habían quedado atrás hacía tiempo. sergio seguía pinchando en el bar y lo que comenzó siendo el típico trabajo provisional para pagarse los estudios y ahora era casi una vocación; y él intentaba minimizar su titulación en su currículum esperando que alguna revista a las que llevaba mandando trabajos desde hacía años, se dedicara a contratar a un ingeniero como redactor, articulista o para llevar cafés.
   ¿seguro que estás bien? sí coño, ahora salgo. además de la comida, anoche había bebido demasiado, como siempre en los últimos meses. el espejo, le devolvió la misma cara que llevaba viendo, ni el agua fría ni la caliente conseguían borrar aquellas ojeras y la palidez, la tristeza. hoy iba a decirle a sergio que se iba de casa, ahora que estaba en el punto álgido de su relación con vanessa era el mejor momento, no se sentiría culpable por abandonarlo en pleno bajón. no sabía en qué exacto momento había tomado la decisión, pero necesitaba huir, era horrible convivir con él. verlo todos los días, compartir comidas y sofá, intimidades. verlo sin camiseta en verano, empalmado por las mañanas, saber que lo que sentía era un cáncer que crecía cada día y que era incapaz de compartir, sólo su almohada y su diario aplacaban sus lágrimas.
   pablo! vete a la mierda, sergio, déjame en paz. nunca antes le había gritado, era otra de las razones por las que se iba. el silencio que respondió desde el otro lado fue doloroso. tomo aire y se acercó a la puerta, no quería salir de allí. tenía miedo. quizá si hablaba con la puerta cerrada sería más fácil. y más cobarde, igual de cobarde que irse sin explicarle la verdadera razón. sergio, ¿sigues ahí? silencio. tengo que decirte algo, voy a irme de casa. silencio. ¿me has oido? sí. seco, con la voz entrecortada. silencio. abre la puerta pablo. temblaba mientras acercaba la mano al pomo. abre la puerta! gritó.
   no era capaz de levantar la vista. veía sus pies descalzos, sin calcetines. mírame. tragó saliva y lo miró directamente a los ojos. fueron como un refugio, terreno conocido, como volver a casa tras un largo viaje. ¿por qué? sabes que siempre he querido vivir solo. llevas diciendo eso desde que te conozco, ¿por qué ahora? empezaban a agotarse sus excusas. es el mejor momento. pero, siempre hemos vivido juntos, sabes que soy un desastre sin ti. pestañeó y respiro con más calma, sabía que lo había conseguido, que una vez más había conseguido ocultar como se sentía realmente, sentía como la caja fuerte se cerraba con un sonido pesado y metálico. te voy a echar mucho de menos. yo a ti también.