la inmensidad de un lienzo a los ojos de
un pintor o la de una hoja en blanco a los ojos de un escritor siempre era un
arma de doble filo. era la posibilidad infinita de empezar algo nuevo, cualquier
cosa; pero también el pánico de no ser capaz de dar una pincelada o escribir una
frase completa. por eso pasaban meses desde que acaba un cuadro hasta que reunía
el valor suficiente para enfrentarse a un lienzo en blanco. pero llevaba unos
días en los que el gusanillo empezaba a hacer su trabajo en las tripas, la
necesidad de pintar empezaba a picarle en algún lugar indefinido del interior de
su mente y se reflejaba físicamente en un picor más tangible por dentro de su
barriga, de esos que no te puedes rascar.
el protocolo que seguía a la hora de
pintar era siempre parecido. primero preparaba el ambiente: la música adecuada
al estado anímico que quería plasmar en la obra que tenía como boceto en la
mente, abrir las ventanas de su estudio para que la luz natural fuera lo más
intensa posible, ajustar la banqueta y el caballete a la posición en la que
estuviera cómodo ya que pasaría muchas horas en posturas que luego le daban
dolor de espalda y por último grandes dosis de café y tabaco. en segundo lugar
preparaba el material: lavaba pinceles, preparaba colores y soluciones, buscaba
cualquier material que pensara usar y no tuviera, ya que odiaba tener que
interrumpir su trabajo para ir a buscar cualquier cosa. y siempre en último
lugar y tras comprobar mil veces que todo lo demás estaba en orden, ponía el
lienzo blanco sobre el caballete.
tras tocar la superficie del lienzo
delicadamente, buscando leer con las manos los trazos que posteriormente trazarí
el pincel comenzó a jugar con los colores, mezclándolos concienzudamente
buscando la tonalidad deseada. la primera pincelada siempre era la más difícil. comenzaría con un color beige, dejando los colores y tonos más intensos para el
final. pero algo iba mal.
de repente, al contacto con el lienzo, la
pintura pasó del tono beige claro que había seleccionado con su pincel a un tono de azul que le resultaba muy familiar. intentó varios brochazos y el
efecto era el mismo. pasó la punta de los dedos por encima de la zona pintada,
intentando descubrir alguna imperfección en el lienzo, pero la pintura se sentía
bajo la presión de sus yemas como se había sentido siempre. volvió el lienzo
intento buscar alguna filtración desde la parte de atrás que pudiera causar el
cambio de color, pero nada. quizás fuera su vista, aunque él veía la pintura
perfectamente beige en el pincel. cambió de pincel y de color varias veces, pero
el efecto era el mismo. todo se volvía de exactamente el mismo tono de azul,
homogéneo.
decidió salir del estudio y dejar todo tal y como estaba, necesitaba
calmarse. salió a la calle. tras unas horas deambulando, analizando
mil posibles explicaciones racionales a lo que acaba de ocurrirle y sin
encontrar ni una sola que su mente aceptara como real volvió a casa y fue
directo al estudio. la mano le temblaba sobre el picaporte al
abrir la puerta. de repente el azul ocupaba la totalidad del lienzo. salía de él. los muebles alrededor del caballete habían adquirido el mismo tono de azul que había salido de su pincel cargado de beige. incluso las paredes de la habitación.
salió corriendo de la habitación, daba vueltas nervioso inetntando despejar
su cabeza pero era incapaz de volver a entrar en el estudio. cuando la
oscuridad entró por la ventana intentó dormir. pero aquella noche, sus sueños tuvieron esa misma tonalidad azul.