miércoles, 19 de marzo de 2014

el hombre que siempre tropezaba con la misma piedra

   apenas acababa de recuperar el aliento cuando ya se dejaba ver en la lejanía la siguiente piedra en el camino. lucía exactamente igual que la que acababa de dejarle algunas magulladuras en las rodillas y un hombro dolorido, posiblemente luxado. y con la misma seguridad que la veía, sabía que iba a tropezar con ella. y a pesar de ello no podía hacer nada por evitarlo.
   estuvo pensando la mejor forma de evitarla. ya había intentado saltarla, otras veces tomar caminos alternativos que aunque a priori parecían más difíciles y tortuosos, incluso tenebrosos, podrían evitarle pasar por el lugar donde estaba la piedra y por lo tanto tropezar con ella. pero siempre acaba tropezando. el golpe cada vez era más doloroso, quizás simplemente por lo esperado y por su sensación de impotencia. pero la recuperación también era cada vez más rápida. apenas se levantaba del suelo ya estaba tomando fuerzas.
   también había aprendido que cuando las fuerzas le flaqueaban sólo tenía que sentarse a descansar y retomar las fuerzas que le faltaban. normalmente una música podía oirse de fondo cuando se paraba en el borde del camino. no una música concreta, sino cualquier música. a veces, mientras permanecía sentado en algún hito del camino garabateaba con un palo en la tierra o en la pantalla de un ordenador. otras simplemente disfrutaba de la visita de algún alma que se había perdido y transitaba aquel camino por azares del destino.
   cada vez empezó a disfrutar más de esas pequeñas paradas en el camino y aunque el avance era más lento, también era más el tiempo que tardaba en encontrar la siguiente piedra del camino. algunas voces de su cabeza le decían que estaba perdiendo su tiempo, que a ese ritmo nunca llegaría al final del camino, pero ni siquiera estaba seguro de que ese final existiera.
   un día mientras tarareaba una de esas canciones que se oían de fondo le pareció entender la historia de un hombre que tropezaba constantemente con la misma piedra del camino y entonces no se sintió tan sólo. supo que alguien en algún lugar había sentido la necesidad de cantar su historia sin ni siquiera conocerlo. y entonces supo que mientras pudiera tararear esa canción no se sentiría solo. y bailó camino de la siguiente piedra.

miércoles, 12 de marzo de 2014

el hombre que tenía al amor sentado en la butaca de al lado

   siempre supo que encontraría el amor en una sala de cine. como prácticamente cada semana se dirigió a su cine habitual, compró la entrada y se sentó tranquilamente en una butaca a la distancia adecuada y lo suficientemente centrada. se evadió mientras la sala terminaba de llenarse y justo en el instante que las luces de la sala se apagaban notó un ligero golpe en su brazo derecho que descansaba ajeno a todo en el reposabrazos correspondiente. se escuchó un ligero murmullo en el que le pareció escuchar una disculpa. aquella voz se le clavó en algún lugar de su cuerpo que no era capaz de describir, y su cerebro la reconoció como si llevara oyéndola toda la vida.
   no paraba de moverse incómodo en la butaca sin ser capaz de dejarse llevar por la película como habitualmente hacía. no podía dejar de prestar atención a los gestos y sonidos de la persona que ocupaba la butaca de al lado. parecía que cada risa y cada suspiro eran emitidos en el segundo exacto en que debía ser en el mismo que él lo habría hecho si hubiera sido capaz de concentrarse en la película. incluso pudo oir como tragaba saliva en el momento en el que la película se ponía emocionalmente intensa, casi oyó las lágrimas resbalar por sus mejillas.
   sus brazos se rozaban en un reposabrazo que no deseaba abandonar. provocó algún choque menos fortuito con el fin de tantear la respuesta que provocaba, analizaba cada gesto intentando encontrar una mínima prueba que le demostrara que no estaba loco, que esa conexión especial que había sido capaz de sentir en la oscuridad era mutua. el olor, el calor que desprendía aquel cuerpo. podía concentrarse en cada detalle y todos les parecían perfectos. incluso empezaba a imaginar el rostro que acompañaría de un modo redondo aquella tormenta de sensaciones ciegas. su pulso se aceleraba.
   la película finalizó, podía oirse algún sollozo, los primeros comentarios, el ajetreo de la gente moviéndose en sus butacas con el comienzo de los primeros créditos. cuando la luz se hizo y tras el primer segundo de adaptación visual miró disimuladamente hacia la butaca que estaba dolorasamente vacía. estaba seguro de no haberse despistado ni un sólo segundo pero aún así buscó en las caras que ya se dirigían hacia la puerta buscando alguna que le transmitiera la misma cercanía que había sentido. pero nada encontró. sólo el calor que aún desprendía la butaca que había sido ocupada por el amor.

domingo, 9 de marzo de 2014

el hombre que siempre escribía en minúsculas

   nunca antes se había visto a una persona tan alta sentirse tan bajito. medía exactamente 1.99m pero se sentía como un hombre de apenas 1.75m. se sentía raro cuando la gente le decía lo alto que era, porque él no se sentía así, pero también sabía que no podía contradecirles o lo tomarían por loco. por eso andaba estirado hacia arriba intentando que su espíritu aparentara la altura que le correspondía.
   a veces tenían que preguntarle dos veces lo que había dicho porque su voz era demasiado baja para una sociedad tan ruidosa. y siempre que contaba una historia se quedaba a medias. sus historias eran tan pequeñas que siempre las escribía en minúsculas, ni siquiera la primera palabra detrás de un punto le parecía lo suficientemente importante para escribirla altiva y gigante como eran las mayúsculas. y no podía evitarlo a pesar de que sabía que incumplía la más básica de las faltas de ortografías.
   un día la ciudad en la que venía le picaba. se chocaba con las esquinas de las calles y apenas cruzaba las plazas en un par de pasos. la ciudad le apretaba como unos pantalones que se han quedado pequeños y decidió mudarse a una ciudad más grande, una ciudad en la que podía desaparecer y hacerse pequeño. una ciudad en la que se sintiera como sentía su altura, pequeño; una ciudad en la que se sintiera como una letra minúscula.
   dando un pequeño paseo por esa ciudad encontró un rincón. se trataba de una pequeña plaza, tranquila y sin demasiado bullicio a pesar de estar muy cerca del centro de la ciudad. se sentó en un banco y comenzó a leer una de las historias que él mismo había escrito. de repente, sin darse cuenta, las mayúsculas empezaron a poblar el texto. justo allí donde correspondía. no se dio cuenta de que las mayúsculas estaban ahí hasta que sintió que la plaza le encajaba perfectamente, ni siquiera le incomodaban las costuras y justo en el mismo momento en el que su espíritu alcanzó la medida que le correspondía.

jueves, 6 de marzo de 2014

el hombre que decía cosas que nadie quería escuchar

   siempre había sentido una punzada en el corazón cuando sus palabras volvían a sus oidos tras rebotar en el eco que provocaba el silencio de su interlocutor, esa sensación de no estar siendo escuchado. un día sin decidirlo conscientemente empezó a reducir el número de frases que decía por semana. pasó a seleccionar las que creía que eran sus mejores frases y se las guardaba para, en lugar de decirlas en voz alta, escribirlas en una libreta. conforme iban pasando las semanas el número de frases que decía se iba reduciendo y el número de frases que escribía iba aumentando hasta que un día dejó de hablar.
   pasó aún algún tiempo hasta que alguien se dio cuenta que había dejado de hablar y cuando le  preguntaron el motivo él solo pudo enseñar sus cientos de libretas llenas de frases y más frases. aquella persona se cansó pronto de leer. y así fue pasando su libreta por las manos de todos aquellos que en algún momento de sus ajetreadas vidas se habían parado un segundo y por casualidad se habían dado cuenta de que ya no hablaba, pero nadie pasó de la vigésimo cuarta página.
   poco a poco y sin decidirlo conscientemente dejó de escribir las frases que antes decía y que despuñes escribió y ya sólo las pensaba. se fue quedando para él las que pensaban que eran sus mejores frases y ya nunca las decía ni tampoco las escribía. conforme pasaban las semanas cada vez escribía menos frases y se guardaba más frases para sí mismo.
   de repente un día, en un parque cualquiera de la que era su ciudad notó un leve picor en su cabeza. no era un picor como los que conocía, no era como cuando le picaba la pierna o una pesada mosca caminaba por su brazo. ese picor era otra cosa. al ir a rascarse una bandada de miles de pájaros estallaron de su cabeza. a él le pareció precioso, pero nadie más estaba mirando, nadie más estaba escuchando, nadie más estaba leyendo.