observaba desde un
segundo plano como los grupos pares mantenían conversaciones animadas. había
grupos de dos, grupos de 4, parejas y demás combinaciones pares de personas. los números siempre cuadraban, incluso los movimientos entre grupos siempre
acaban equilibrándose con entradas y salidas casi simultáneas para acabar en un
número par de interlocutores.
él siempre había sido el
impar. casi siempre era el uno pero, incluso en las situaciones en las que
compartía su tiempo con los demás, sentía que era el elemento que rompía la
bella armonía de lo par. si reservaba una mesa en un restaurante, nunca había
dicho: “mesa para 4” o “mesa para 10” dudaba de ser capaz de
pronunciar el sonido de cualquiera de los números pares.
mientras observaba a
todos aquellos grupos pares incluso pensaba que los números impares no
existían simplemente eran un exceso en un grupo par, un apéndice forzado a
pertenecer a una armonía par que creaba extrañeza e incomodidad a el propio grupo
armónico. era lógico pensar que el elemento que creaba la desarmonía también se
sentía extraño en esa situación forzada.
había intentado buscar
otros unos con los que crear grupos pares pero nunca había conseguido ser más
que un 1+1. la sensación de ser impar
consistía en un desequilibrio para la naturaleza que casi siempre se compensaba
restando uno.
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