domingo, 13 de enero de 2013

ley de inhibición de la expresión de emociones en público

   todos lo miraban, incluso guardaban una distancia de seguridad como si pudiera contagiarles algo. había intentado disimular pero le había resultado imposible. aquella canción siempre acababa haciéndole llorar. siempre olvidaba borrarla de su reproductor de música portátil o quizás no quería hacerlo. seguramente en ese mismo instante alguien llamaba a los agentes de seguridad con su comunicador. y en breve vendrían dos increíblemente fuertes agentes que lo meterían en un furgón y lo llevarían al edificio de Gestión de la Seguridad y el Orden más cercano.
   no era la primera vez que lo detenían por expresión de emociones en público y por suerte la ley era bastante imprecisa y permisiva en esos términos. en unas pocas horas, tras leerle las normas de comportamiento cívico y una pequeña charla, lo dejarían irse a casa donde volvería a leer los cuadernos de su padre en los que contaba cientos de historias de una sociedad donde lo que él era, era común. una sociedad futura en la que todos los humanos sentirían emociones intensas. siempre había admirado la capacidad imaginativa de su padre, al que no llegó a conocer. aquellas historias contaban como dos personas se elegían entre millones para compartir algo más que la capacidad de reproducirse inherente a su naturaleza. reían y lloraban juntos, se hacían daño al mismo tiempo que se entregaban mutuamente el uno al otro, creando unos lazos que él pensaba tan intensos y poderosos que destruirían las diferencias. incluso con otros humanos expresaban afecto de una manera diaria y cotidiana.
   normalmente leía esas historias en casa y lloraba en la intimidad y seguridad de su hogar. se sacaba lo que su padre llamaba sentimientos como el que se saca la pus de un rabioso grano o un punto negro, forzándolo hasta que no quedaba nada dentro. necesitaba llegar a casa pronto ya que aún podía sentir las lágrimas quemándole en el borde de los ojos.
   de camino a casa su dispositivo de muñeca le alertó de la necesidad de ingestión de líquidos y se detuvo en el establecimiento de distribución de líquidos variados y pequeños aperitivos más cercano. como sabía que también su necesidad de descanso debía estar cercana, decidió sentarse en la zona de mesas y sillas para tomar su dosis.
   en el fondo del local un extraño hombre ataviado de capucha y medio escondido le produjo cierto temor. estuvo a punto de alertar al gestor del establecimiento o avisar él mismo al departamento de gestión de la seguridad y el orden. pero de repente escuchó aquel sonido que tan familiar le resultó. el desalentador y cercano sonido de un sollozo. sintió lo que creyó ser un dolor en el pecho y como una sensación de nauseas en el estómago. se apoyó unos segundos en la mesa intentando recuperarse. se acercó a aquel extraño y le preguntó si se encontraba bien mientras el desconocido intentaba disimular sus lágrimas y negaba repetidas veces que estuviera llorando. consiguió tranquilizarlo y le contó que a él le pasaba lo mismo.
   estuvieron hablando por un tiempo indefinido hasta que sus respectivos dispositivos de muñeca les indicaron que se acercaba la hora de refugio y descanso obligado y deberían volver a sus respectivos hogares. en un impulso extraño, le propuso al desconocido que le acompañara a su casa, vivía cerca y podían seguir hablando. el ya no tan extraño ni desconocido humano, al que empezaba a sentir cercano, aceptó su extrañísima propuesta. pasaron toda la noche hablando y llorando juntos, una escena que cualquier humano habría considerado reprobable, incluso obscena. le leyó algunos fragmentos de las historias de su padre ajenos a los insistentes pitidos de sus dispositivos de muñeca que les recordaban su necesidad de descanso. pero aquellos dispositivos no estaban programados para recordarles que su necesidad de afecto también debía ser cubierta.

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