domingo, 27 de noviembre de 2011

el saloncito

   el número de personas era demasiado alto para el tamaño del salón, pero la ocasión merecía estar algo apretados. era el cumpleaños de un amigo de... realmente no recordaba quien era el dueño del salón, ni conocía a los presentes. sólo a julio, que lo había arrastrado a aquella fiesta y había desaparecido tras los dos pechos, razón de que estuvieran allí.
   llevaba un rato refugiado tras una copa de ron, cargada y con mucho limón, como le gustaba. prefería estar de pie, pero empezaban a pesarle las piernas. si se sentaba, se sentía inseguro, y la situación ya era suficientemente hostil. no hacía más que pensar en la película del videoclub que descansaba encima de su dvd. de repente alguien llamó su atención. le resultaba familiar, pero no conseguía reconocerlo. aprovechó su anonimato e invisibilidad habituales para observarlo.
   se trataba de alguien muy popular, quizá incluso famoso. todo el mundo lo saludaba cuando pasaba por su lado, y podía ver como algunos grupos, cuchicheaban mirando en su dirección. él sin embargo, también se refugiaba, evitaba la tensión que descansaba sobre él con la persona sentada a su lado. no parecían pareja. era un chica preciosa, y con mucha experiencia en acaparar la atención. la complicidad entre ellos era impresionante, las miradas que apenas duraban décimas de segundo, leves roces en zonas de seguridad, una mano en la pierna, un brazo sobre los hombros. funcionaban como una maquinaria bien engrasada.
   de repente identificó al anfitrión, traía bebidas de la cocina, y le sonaba la cara. se esforzaba en complacer a los invitados, le importaba lo que pensaban de él. era un viejo amigo de la infancia de julio, del que sabía más de lo que le gustaba. era una de esas historias sin rostro, personas de las que has oido hablar miles de veces, sus victorias y miserias, pero que apenas has visto en un par de fotos.
   nunca había perdido de vista la funda de guitarra que tanto le aterraba, la que guardaba a "fat man", la guitarra que siempre los había acompañado a julio y a él en sus salidas. y cuando se dio cuenta que había desaparecido de su sitio, quiso ser invisible de verdad. reculó hasta que se encontró con la pared, y los primeros acordes y la voz de su amigo hicieron que se le atragantara la copa. suerte que las botellas estaban a su derecha, y pudo recargar. necesitaría alcohol para tragarse la vergüenza ajena, que le despertaba los ataques de artista de su amigo.
   se hizo silencio, todo el mundo preparado para oir el grandioso concierto. comenzó el juego de miradas. el ligeramente popular desconocido y el anfitrión intercambiaban miradas de complicidad, o se conocían o querían conocerse. un extraño chico, que parecía totalmente fuera de lugar, intentaba seducir a la chica más facilona de la fiesta, y ella, coqueteaba con alguien al otro extremo. las canciones creaban una atmosfera que casi podía olerse. los presentes desplegaban sus encantos y sus defectos. utilizaban la música, y la dispersión de la atención; se refugiaban en lo que dominaban, o se adentraban en patrones sociales que le eran ajenos; algunos daban pasos que sólo se atrevían a dar porque el alcohol recorría su sangre, o quizá era simple sugestión.
   ese era el momento, la señal. todos permanecían ocupados, bien oían la música, bien bebían ausentes, otros aprovechaban para seducir o dejarse sedcuir. tosió para comprobar que efectivamente todo el mundo estaba enganchado, ausente, tan ocupado en cumplir su papel que casi habían perdido la consciencia. entonces gritó, sólo buscaba alguien que desviara la mirada y lo observara, que le dijera que se callase, alguien que se sobresaltara. pero nada ocurrió. entonces recogió su abrigo de la habitación principal y huyó.

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